domingo, 2 de mayo de 2010

Reflexion de abril 28

Desde la ciudad hasta el más alto edificio que esté en el más desamparado de los desiertos siento tu voz que no me llama para nada y para nada nuevo me describe una canción tipo soneto clásico que no entiendo en lo más mínimo.

Creo al principio que es bethoveen, pero luego pienso que es jimi hendrix y las groupies lesbianas de janis joplin vienen hacia mí corriendo como si fuera yo una cama de flores de esas que tantas veces las peliculas patrióticas estadounidenses describen para una epoca basada en la hipocrecía temporal de todos los hippies que todavia no usaban corbata y en ves de ellas predicaban un mundo lleno de amor y paz para cuando el poder del hombre blanco callera sobre ellos lo pudieran reproducir justo como lo hicieron sus padres y los padres de sus padres hasta las enbarcaciones de esclavos secuestrados en sus costas de marfil para ponerlos a trabajar como animales en las plantaciones de azucar, algodón y trigo en las planicies robadas a base de alcohol, malos tratos y rifles a los indios que alguna vez estuvieron ahí de nómadas cuidandose de los osos y escribiendo historias en el firmamento infinito sin importar el tamaño del puto telescopio que pueda construir Stanford, Yale, Berkeley o Harvard.

Solamente un perro ahogado hasta el cuello en arenas movedizas me puede decir y hablar un poco sobre el futuro de la humanidad moderna: hundida hasta el cuello viendo a un hipotético dios que no está en el cuadro y que no hace el más minimo intento ni esfuerzo de salvar a su inocente criatura de los abismos de un mundo lleno de areana y carente de oxígeno.

La gente vive como si esto fuera eterno y como si tener hijos fuera la gran respuesta al misterio de la inmortalidad, cosa que no es cierto: entre más hijos haya más mortales hay en el mundo. Es la contradicción de la que nadie habla. La única forma de ser inmortales es a travez del alto total del nacimiento. Hacernos y morirnos todos juntos para que nadie corra el riesgo de morirse.