viernes, 14 de mayo de 2010

Entumido Cómodamente

Llegué al bar Monaco en el carro de un amigo con el que había pasado la tarde escribiendo y estudiando posibilidades para una pequeña novela sobre el narcotráfico en una ciudad de la frontera norte mexicana. Mientras platicábamos de lo jodido que estaba el país por culpa del las drogas formábamos rayas de cocaína sobre un espejo en donde podías ver si te quedaba algún residuo del polvo blanco en las fosas nasales una vez que terminabas la línea y donde también podías verte a los ojos mientras aspirabas.

Entré al bar y pedí una cerveza obscura importada, inglesa, y esperé a mi amigo viendo un juego del Atlético de Madrid en la pantalla de alta definición que estaba encima de la barra del bar. Llegó mi amigo pero se fue rápidamente porque tenía cosas que hacer y dijo que necesitaba el tiempo para hacerlas. Ni siquiera pidió una cerveza. Habíamos llegado ahí porque otro amigo común le había llamado por radio para invitarlo a dicho bar, pero no había rastro de aquel amigo por ningún lugar, tampoco en su teléfono/radio, que siempre desviaba las llamadas que le hacíamos. Entonces me quedé solo viendo el partido europeo con mi cerveza obscura sintiéndome bien por el trabajo de la tarde y porque no parecía conocer a nadie en el bar ni nadie parecía conocerme.

Cuando iba a mitad de la cerveza entró nuestro amigo común con una chica alta y delgada, de cara no desagradable pero tampoco amena, con una especie de paliacate en la cabeza recogiéndole el cabello. Me la presentaron como Alejandra y me dio un beso casi en los labios mientras parecía actuar como diva de película. Mi amigo le hablaba en inglés, así que comencé a hacer lo mismo. Era de un pueblo-ciudad al norte de San Diego, casi llegando a Los Ángeles, y estaba en la ciudad porque estudiaba odontología, o algo así entendí. De cómo fue que conoció a mi amigo estuvieron involucradas algunas tías de alguien, pero parecía una historia un poco fuera de contexto. No le di mucha importancia y me quedé platicando con ella bebiendo mi cerveza mientras mi amigo se fue a hablar por teléfono a una esquina del bar (probablemente con otra Alejandra). Ella pidió una Heineken después de no poder pedir una Stella Artois. Las cervezas italianas no son muy buenas, le dije en inglés, y en ese sentido las cervezas mediterráneas tampoco son buenas casi por regla general. A ella no pareció importarle mi comentario y me dio un beso con la punta de los labios. Como no supe que contestar seguí bebiendo y volteé alrededor buscando a mi amigo, quien seguía hablando desde la esquina.

Sentí una mano de mujer en la espalda cuando me saludó una amiga que acababa de reconocerme. No te habíamos visto, me dijo, estábamos ahí la Jimena y yo preguntándonos si eras o no tú el de la barra. Nos saludamos de beso en la mejilla. Le dije que en efecto era yo el que estaba ahí en la barra. Jimena me decía que tú eras en realidad más alto, pero yo le dije que no, que sí tenías que ser tú. Volteé a ver su mesa y vi a Jimena saludándome mientras tres tipos sin importante apariencia platicaban entre ellos en la misma mesa de Jimena. Mi amiga pidió una cerveza barata y me dijo que en realidad ya se quería ir y que estaba cansada. Yo le dije que en efecto yo también estaba cansado, y que como no tenía toalla me bañaría y me metería sin ropa debajo de las cobijas para dormir. A ella le pareció gracioso y me recomendó secarme con mi ropa sucia. Luego llegó Jimena y me saludó. Fue un momento gracioso porque durante quince segundos estuve con una mujer en cada mano, y, a decir verdad, son muy guapas estas dos amigas. Luego como las dos me hablaban al mismo tiempo y a diferentes oídos y yo mantenía mis manos en ambas cinturas me imaginé la escena desde fuera y no pude contener una pequeña sonrisa que no expliqué a nadie y que seguro se pensó que era a base de algún comentario de ellas. La verdad es que no recuerdo qué me decían. Pidieron sus cervezas y se regresaron a su mesa. Me volví con Alejandra y la vi bailarle un poco a mi amigo. Me acabé la cerveza y la puse sobre la barra. Me despedí de mi amigo y de Alejandra mientras como música de fondo un empleado del bar, que también es vocalista de una banda de rock-pesado-metal de la vieja escuela, cantaba y tocaba la canción de Michelle, de Los Beatles, con solo una guitarra eléctrica y sin distorción. Lo saludé desde lejos diciéndole con el dedo pulgar que me gustaba el performance, me despedí de Jimena y mi otra amiga y salí de ahí. De suerte el guardia de seguridad me regalo un cigarrillo y comencé a caminar de regreso a mi departamento.

Pasé por un lote baldío en donde un pastor alemán ladraba sin parar, pasé por unas florerías, una farmacia y por un carrito de hot-dogs que no son para nada buenos. No llevaba calcetines debajo de los tenis y el cigarrillo se iba consumiendo rápidamente. Casi al llegar al semáforo de Reforma y Calle México se me antojó otra cerveza y también se me antojó ver a alguna mujer desnuda. Traía dinero todavía del premio literario que poco a poco se va consumiendo (muy lentamente, con breves excepciones de despilfarros monetarios a las tres de la mañana). Entré al mejor congal de los cuatro que están a menos de veinte metros de distancia uno del otro. Pagué un cover de 40 pesos y me dieron un boleto que entregué al bartender por una cerveza barata, sin la posibilidad de cambiarla por un trago de whiskey. En la pista bailaba una mujer grande, con tetas masivas y con un culo lleno de cicatrices, también bastante grande. Me senté en una mesa al lado de la pista, con una silla de distancia entre yo y el escenario. Se me puso un poco dura con ciertas posiciones que hacía la muchacha tetona frente a los tipos que sí le daban dinero. Yo me divertía viéndola a ella divertirse recibiendo pequeñas lluvias de billetes de un dólar y me reía de los comentarios que el presentador hacía desde su cabina.

Me quedé ahí sentado durante dos bailarinas más. El lugar estaba solitario, y se quedó aún más solo cuando los dos grupos de amigos que aventaban billetes a la pista se fueron. Vi pasar a algunas strippers con los senos de fuera y en tanga, pero no había mucho tráfico de nada. Mientras tanto veía la mejor suerte del grupo que tenía en su mesa sentadas a cuatro muchachas. Una vestida de negro con una camisa que le cubría solo la mitad de las tetas, otra vestida de rojo que mostraba los senos en cada oportunidad que tenía, una de blanco que bailaba salsa con uno de los hombres (clase media trabajadora del tipo burócrata de alrededor cuarenta años todos ellos), y una última que no pude ver bien por estar sentada en medio de varios.

Con el final de mi cerveza subió al escenario una mujer chaparra de tetas grandes operadas que comenzó a bailar una canción de Enrique Iglesias. Uno de sus pezones erguidos atravesaba el vestido negro de red que tenía puesto. A mí ese pezón me tenía casi hipnotizado. La canción terminó y el presentador la nombró varias veces por su nombre artístico. Ahora solo quedaba yo en las sillas que están alrededor de la pista con los dos tubos. La mujer se vio en los espejos un par de veces y se preparó para quitarse la ropa con la siguiente canción. Era Pink Floyd, con la de Comfortably Numb.