lunes, 17 de mayo de 2010

Arroyo Seco Park

Se metió a la regadera el domingo por la noche. Eran las cuatro de la madrugada. Todavía sentía un poco el olor a cocaína en las fosas nasales. Por eso mismo decidió darse un baño. Tenía también el olor a tabaco y alcohol impregnado en el cuerpo y en la ropa que había estado usando desde el jueves. Ingresó a la regadera deshaciendose de sus calzoncillos y sin cantar. Hacía tiempo que no cantaba en la regadera y no iba a comenzar esa noche a punto de convertirse en mañana.

Dentro de todas las imágenes que le brotaban a la mente de los días pasados no había ninguna que se quedara más tiempo que el de cuatro segundos. Luego pasaban más imágenes que duraban menos aún. Todo esto resulta inutil, pensó mientras se enjabonaba los huevos y dejaba caer el chorro de agua por su espalda. Recordó por más tiempo la última vez que tuvo sexo, hacía tres días. ¿Será demasiado tiempo? No, no podía ser eso. En realidad no quería sexo en ese momento. Lo que quería era alguien con quien compartir su cama sin necesidad de tener erecciones en cada roze de piel. Lo que quería era una compañía que le dijera a la cara sin palabras que también le gustaba compartir su cama en silencio sin necesidad de sexo. Había visto suficientes mujeres durante el fin de semana buscando un amante con todos sus sentidos y a la vez huyendo de ellos cada que sospechaban que podían encontrarlo. Todas caían en el mismo agujero de la soberbia y el de querer llamar la atención sexual para después irse a dormir sintiendose deseadas. Se imaginó lejos de ahí. En Madrid, en Malasaña, en San Francisco, en South Beach.

Antes de apagar la regadera cerró completamente la llave del agua caliente y pensó en su amiga socióloga de la universidad. Si sólo pudiera venir un fin de semana a sacarlo de este lugar le estaría eternamente agradecido. ¿Por qué todas las mujeres que valen la pena están comprometidas o a miles de kilómetros de distancia? El agua seguía corriendo. Pensó en escribirle diciendo que si viene a visitarlo por unos días le compraría el boleto de regreso a Los Angeles. La recordó como la última vez que la vió, en su cumpleaños número veinticuatro en un bar de Korea Town y en la sala con chimenea de una casa cerca de Arroyo Seco Park.

Definitivamente eso haría en cuanto la cocaína y el mal humor lo abandonaran por completo. En realidad, se justificó, siempre le gustaron mucho más las intelectuales que las modelos.