miércoles, 7 de abril de 2010

Mientras tengas metido en la mente a una mujer es imposible pensar claro. Nada te viene a la mente que no sea ella. La quieres, la deseas. Los besos que no has dado te comen por todas tus entrañas. Haces muecas de sufrimiento, como si fueras a llorar. El corazon se va, marchito. Deja de respirar. Está todo mal. El cuerpo no funciona así. Me torturas sin que te des cuenta siquiera. Así no se puede estar.


Estefanía tiene los ojos grandes y profundos. Negros. Es alta y delgada. De piernas largas y brazos ligeros. Cuando ríe no quiero que se acabe el mundo. Y cuando llora porque sabe que tiene que morir me dan ganas de hacer que todo esto fuera para siempre. (Pensamientos completamente opuestos a los que tengo cuando estoy solo o con cualquier otra persona).

Cuando habla mis oidos no escuchan más que sus palabras, aunque aveces no logro conectarlas todas por prestarle toda mi atención a su boca: ni muy carnosa ni muy delgada: totalmente justa.

Estefanía tambien tiene un diente que no es suyo porque cuando era niña se cayó jugando a las escondidas y nadie estaba ahí para agarrarla. Nadie sabe esto, me dijo un día señalando al diente impostor, te lo digo a ti porque se lo tengo que contar a alguien.

Cuando camina pone un pie frente a otro con una facilidad que domina mis sentidos y que me hace no perder de vista sus caderas. Su cabello es negro y su piel blanca. Sus ojos son de color negro. Grandes y profundos.

Me gusta mucho verlos dilatados.

Soy un hombre egoísta en lo que hace. Depresivo, negativo en su arte. Un predicador de indiferencia emocional.

No nades porque no tiene caso, será lo mismo intentar o no intentar llegar a la playa, que está a la vista. El mar es mucho más fuerte que nosotros, y si él quiere nos llevará a ella, y si no simplemente nos dejará barados para ser comidos cuando tenga hambre. Quédate conmigo para disfrutar el dulce oleaje y observar el atardecer sabiendo que bien puede ser la última vez que lo veamos. Así no moriremos con la esperanza de que llegaremos a la orilla para despues contruir casas, tener hijos, verlos crecer, pintar puertas, abrir ventanas, cocinar pasta, dormir juntos y seguir viéndonos los ojos, tan falsos tantas veces. Todo eso de todas formas pasaría. Lo que yo propongo es brincarnos lo inútil y quemar de una vez lo que tiene que ser quemado.

Ella le hizo caso llorando, pues desde niña quería hacer todo lo que él había dicho que era innecesario. El en cambio la consoló inventandole cosas bonitas al oido sobre la inexistencia de todo, tratando de alimentar su indiferencia hacia ese mismo todo que tenía el poder de matarlos o dejarlos vivos por un tiempo. Sin embargo, la corriente quizo que se salvaran y llegaron sanos a la playa.

Al momento en que pisaron tierra y se acostaron sobre la arena, él se levantó y miró el oleaje del mar recordando lo que había sido haber estado dentro de él, a su merced total. Ella caminó alejándose del agua y, viéndo toda la materia prima que había en la orilla volvió a recordar lo mucho que le gusta cocinar, contruir casas, pintar ventanas, abrir puertas y dormir acompañada. Cuando volvió su cara a la playa, él estaba quitándose la arena y comenzó a caminar hacia ella con la misma tranquilidad e indiferencia con que la había convencido de que nada era cierto. Lo quizo matar por haber sido un falso profeta, por haber negado que tal felicidad existe, y que, si existe, es solamente una ilusión y por ende carente de significado. Le daba asco verlo, más aún cuando imaginaba su vida con él. Tenía que avandonarlo a como diera lugar. Solo la llevaría hacia más indiferencia, y ella lo que quería era significado.