lunes, 17 de mayo de 2010

Cuento de noche

Entró al baño de hombres una vez que pasó la especie de retén que había por la entrada al aire libre para el concierto de música de jazz familiar. Dijo no ser de la ciudad ni estar interesado en el concierto. Era sábado por la tarde en la plaza del centro estatal de la artes. Definitivamente era un baño público a donde había caido, aunque el espejo no estaba tan rayado y había papel cartón para secarse las manos. Aún así la mitad del cuarto estaba a obscuras y las puertas plásticas de los retretes amenazaban con caerse. Tocó una de las puertas. Grítaron desde dentro del cuartito: ocupado. No había apuro en la voz. Se miró al espejo, se dio media vuelta para ver hacia el exterior y esperar a que saliera aquella persona. Entró en eso un hombre con aspecto de padre de familia interesada por lo artístico y se puso a orinar en el mijitorio. Era un poco calvo y llevaba camisa de manga larga color azul claro y un pequeño sueter a sus espaldas. No cruzaron palabras ni miradas. El hombre terminó, se lavó las manos, se miró al espejo y se fue sin tocar las toallas. El sol iba cayendo cada vez más rápido y ahora las sombras cubrían todos los edificios, dejando que sólo los techos se alcanzaran a ver con luz natural. Se abrió la puerta del pequeño cuarto y salió un hombre canoso, de baja estatura, bigote, y un poco gordo con un uniforme gris de seguridad para el evento. Se saludaron con la mirada y dejó que saliera por completo el hombre antes de ver el baño. Por fin entró a su destino y verificó si había papel en la rueda. El escusado no estaba tan sucio como lo pudo haber imaginado. Sintió la marihuana que había fumado en el coche que lo llevó hasta ese lugar y se aseguró de encajar el pistillo de la puerta blanca de plástico para que nadie entrara. Al mismo tiempo sentía también el efecto de la pastilla de diazepam que se había comido antes de fumar la marihuana, regalo de un amigo. Limpió con papel el asiento blanco del escusado, puso otros dos pedazos de papel como apoyaderas y se sentó. Se podía escuchar la música de la plaza. Era una banda de tres músicos: batería, bajo y teclados. Pretendía imitar un estilo de rock progresivo de los años setentas con un bajo new metal y unas percusiones desatinadas. Era pésima música. Se tentó la cara una vez más y metió su mano a la bolsa derecha del pantalón. Sacó una bolsita de mandado cortada por una esquina y buscó en otra bolsa de pantalón su credencial de elector. Alguién entró al baño, caminó hacia el mijitorio y orinó. Pudo escuchar el ruido del agua al lavarse las manos y el tirón de papel cartón para secarlas. Volvió a ver a la bolsita y la abrió cuidadosamente tomandola por el centro. Respiró profundo, como calando los poros de la naríz, se limpió el izquierdo. Llenó una esquina de la credencial de elector con una montañita de polvo blanco sin corte y la respiró sentado. Mientras le salía el último cerote, sin salpicar tanta agua, se limpió el poro izquierdo de la naríz y volvió a llenar la esquina de la credencial con la misma cantidad de polvo. Repitió esto una vez más. Todavía con los pantalones abajo lamió lo último que quedaba del polvo blanco de la bolsita de mandado y la tiró al bote de basura que estaba enfrente de él. Guardó la credencial en una bolsa del pantalón, se limpió el culo hasta cerciorarse de estar absolutamente limpio y salió del cuartito color hueso. Se lavó las manos, se miró al espejo, se mojó la cara, y se secó pausadamente con una de las toallas de cartón.