domingo, 2 de mayo de 2010

Bajé de mi oficina/salón audiovisual al baño despues de platicar de filosofía con el profesor de literatura y filosofía de la escuela; un tipo moreno, delgado, de unos treinta y dos años estudiado de la Pontificia Universidad de la Ciudad de México, según él, a finales de los noventa. En este momento sonó un celular con un mariachi de timbre. Pero el caso es que yo bajé al baño, y para bajar al baño tienes que pasar por la oficina (abierta, sin puertas) de la directora, una señora de cincuenta años, chaparra, de tacones y cuerpo mexicano, aunque no tan morena.

La escucho platicar con el cachorro, el perro de uno de los alumnos de primer semestre, que se había traido de su casa porque “no habia nadie en mi casa profe, y no iba a dejarlo solo”, a quien despues la directora le quitó la mascota en base a que “distraía a las muchachas” (muchas vueltas parcialmente locas una vez que el animalito entraba en su campo de visión—haciendo que no entraran a clase o, que dentro de clase solo quisieran abrazar al animal, y curiosamente no al dueño de éste). Entonces cuando paso por el cuarto (abierto) en donde está el escritorio de la directora la escucho decirle al perro,

--¡Ahhhhhh!--, con una voz aguda y muchas veces molesta, como ésta vez que le habla al perro chiquiandolo --¿quién ché cayó??........quién ché caaayooooo??...---, y abraza al cachorro mientras le dá besos.

Yo entro al baño sin decir nada, orino pensando en lo que falta del día y lo que vendrá despues, en la noche. Es viernes. Me lavo la cara.

--Hayyyyyy!,.... que peshosho....que pesho-shhhooo....--, escucho.

Salgo del baño y veo la cafetera. Ya no hay café y apenas voy en mi segunda taza a las once de la mañana. Paso por la oficina (abierta) de la directora y no está en su escritorio, sin embargo el perro está acostado sobre una camisa escolar, tipo polo, gris, dentro del cajón derecho del escritorio de metal de la directora, dormido y manchando papeles administrativos.

Miro al animal dormido entre tanto desmadre humano. No lo molesto. Al contrario, me da cierta ternura verlo ahí. Hay algunos que tienen suerte, pienso. –No sabes cómo me encantan los animales--, le dice la directora a la chica de las copias que se cree administradora y quien calla a los profesores en ocasiones (razón por la cuál más de uno no la quiere ver más en la escuela). La chica secretaria no contesta pero le hace caso y deja su trabajo para escucharla.

Sigo mi camino de regreso a mi oficina/sala audiovisual (que en realidad es un cuarto con olor a encerrado, con unas cuantas sillas, un DVD player, un televisor, una planta artificial y dos posters sobre la Anatomía del Ojo Humano exactamente iguales pero colgados en lados opuestos del cuarto, como para engañar al rápido visitante que entra y sale y nunca vuelve a mirar con atención a las paredes).

En el trayecto un estudiante me dice que odia a un profesor. El estudiante odia al mismo profesor que me dijo que la secretaria es un estorbo; el mismo profesor que otro estudiante me habia dicho que es un estorbo. Le digo que me acompañe arriba para platicar—despues de todo, pienso, soy el orientador. Subimos, pasamos por el costado de la clase del filósofo que hacía un rato platicaba y presumia las “claras y obvias razones” por las cualaes “los realistas tenemos la razón”, y entramos al cuarto audiovisual; mi oficina.

Invito al estudiante a sentarse, lo hace y le pregunto qué le pasa. Me dice que no aguanta al profesor que me ha dicho abajo que odia. Que lo odia porque no lo deja hablar a él como a los demás alumnos. Que es un injusto porque no le pone los mismo ejercicios de matemáticas que a los otros...

Yo lo escucho tratando de poner atención a lo que dice, pensando que el estudiante y el profesor son unos inadaptados sociales y me pierdo un poco y por un momento en el fondo del cuarto. Para mi sorpresa, através de la puerta transparente de cristal que divide mi oficina y el espacio donde reciben clase los alumnos de primer semestre, veo a la niña de quince años de piel crema y ojos negros con arete en el labio que me vuelve loco de rabia por no poder tenerla. Y ella tambien me está mirando.