lunes, 9 de agosto de 2010

vierneses

Viernes por la noche, un viernes más un viernes menos de todos los días que todos vamos a tener. Y para no entrar tan directamente al tema, filosofar me resulta útil cuando comparto un poco de lo que pienso con un libro de alguien a quien respeto o creo que tuvo o tiene algo valioso que decir—a quién, no sé, al mundo, supongo. La resignación a la derrota que aveces tanto critico en los equipos de fútbol que no juegan como si en verdad quisieran ganar la imito en mi posición existencial desde hace tiempo, creo que desde hace cuatro o cinco años, yo, que tengo veinticuatro inviernos en la parte norte del planeta tierra (agua) y un mes de invierno más en la parte sur. La resignación a perder... y que quizá lo mejor que pudiera hacer es cometer el pecado más mortal. A la muerte no hay que temerle. A la muerte la quiero, más a ella que a la vida muchas veces y por ello me alejo de lo que se supone es el buen vivir, como por ejemplo estar con otra gente, saludable. En fin, ayer leyendo un pasaje de Bolaño me entró una cuestión que no es tan fácil poner en pregunta, pero que consiste en quitarme la vida por en serio y en realidad creer que no quiero sentir nada más de lo que siento, no porque lo odie o sienta una aberración hacia el existir bajo el manto de la consciencia humana, sino por razones más filosóficas, más del tipo zen, como aquel monje que cuando se le cuestiona sobre la muerte va y se arroja a un río para nunca más volver a ser monje y convertirse en vez en alguna piedra y en un árbol y en una estrella a miles de millones de kilómetros de distancia de toda esta magnitud mecánica que es la Tierra. Creo en el dejar de sentir única y totalmente. Creo en la Nada. No creo en la reencarnación humana. Que se jodan los que creen que la cosa es así de fácil.