lunes, 26 de julio de 2010

Por tener los huevos chicos. Esa fue la única explicación que se pudo dar para todos sus defectos. No había más fondo que ese. De ahí surgía todo: la mala suerte, la antipatía, la mala cara, la falta de dinero, de éxito, de mujeres, la sobra de tartadmudeos, de malas miradas, de que las cosas nunca salieran bien...

Lo que necesito--pensaba--es que alguien me chupe los huevos y me diga que son de tamaño normal o más grandes. O que simplemente alguien me chupe los huevos y no me diga nada.

Tenía caspa en el pelo. Su ropa olía a miados y cagada. La barba le crecía mal y dispareja, su espalda era pequeña como la de una mujer, caminaba jorobado...

Pero un día--se decía--todo esto va a cambiar. Todo esto será diferente, y no tendré más problemas y todo mundo se podrá ir a reír de los huevos de alguien más.

Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de esconderse en los baños públicos y, con tijeras de patio, cortarle los huevos a los cagones. Se metería dentro de la tubería, dentro del escusado, y desde ahí, como serpiente con dientes de tijera, tomaría su venganza.